Tecnología y sociedades post-COVID

La pandemia ha sacudido fibras y estructuras de nuestras sociedades, iniciando por la pérdida de cientos de miles de personas y un golpe económico nunca antes visto. Esta crisis ha evidenciado la inhumanidad, egoísmo y avaricia en múltiples sectores. Las personas más poderosas incrementaron su riqueza y, desproporcionadamente, las comunidades marginadas están sufriendo los impactos de la crisis en todos los ámbitos de la vida. 

Pero no todo está perdido, si el 2020 nos sirvió de algo, fue para aprender y conocer acciones solidarias e iniciativas que buscan minimizar este impacto, desde resistencias para exigir un entorno libre de violencia hasta el uso creativo de las tecnologías digitales para  movilizarnos, exigir derechos y fortalecer comunidades. Aquí documentamos algunas de ellas .

Ante la incertidumbre, los agravantes de la crisis y la batalla inequitativa para lograr una vacunación mundial, ahora, más que nunca, es necesario que llegue el apoyo real y equitativo para quienes más lo necesitan. El sector tecnológico ha tenido un gran auge por la digitalización acelerada y debería contribuir para reducir las desigualdades relacionadas al acceso a la salud, el conocimiento, los recursos y las oportunidades para salir adelante. Toca a quienes somos parte de comunidades tecnológicas contribuir para disminuir los impactos sociales y buscar fomentar que las ganancias del sector sirvan a otros para salir de esta crisis, que las brechas de uso tecnológico se cierren para brindar oportunidades iguales a todxs y fomentar que las prácticas en espacios digitales protejan los derechos de las personas.

Ciencia para todxs: cercana y entendible

En pleno Siglo XXI, sin excluir sociedades con altos niveles educativos, las teorías de la conspiración, la desinformación y las ideologías anti-vacunas han sido adoptadas por millones de personas. Las razones para ello no se reducen a “las redes sociales”, sino que además de los encapsulamientos mediáticos y sociales generados por los algoritmos de plataformas digitales, poblaciones con baja formación analítica y líderes de opinión irresponsables propagan sin procesos de validación o revisión contenidos sin base científica, incitando a la desconfianza e incluso en ocasiones fomentando prácticas graves para la salud.

Afortunadamente, decenas de grupos de “fact-checkers” han combatido la desinformación en contextos de coyuntura, ahora más relevante en la pandemia del COVID19. Aquí una lista de Twitter con algunas cuentas dedicadas a difundir información verificada en español. 

Lamentablemente, la mayoría de los espacios mediáticos han apostado por seguir comunicando información alarmista, editorializar información técnica con base en opiniones sin sustento técnico y realizar explicaciones simplistas ante fenómenos complejos. Nos toca apoyar a la comunidad científica para que información sustentada en evidencia, que además sea sensible al contexto social, pueda educar y combatir la desinformación.

Este 2021 apunta a ser el año de la vacuna contra COVID-19, por lo que necesitamos información clara, oportuna y de calidad sobre los avances científicos, los tratamientos y los procesos de vacunación.

Polarización en espacios digitales

La polarización política e ideológica en nuestras sociedades, medios de comunicación y clase política es innegable y se sigue agudizando. 

El debate sobre los alcances de las empresas detrás de las redes sociales y espacios digitales ha llegado a un punto sin retorno en donde es fundamental que se establezcan criterios claros en cuanto a preguntas básicas relacionados a contenidos y expresiones públicas: ¿quién decide qué es aceptable o no? ¿bajo qué criterios se deben limitar, bloquear o señalar expresiones públicas? Y ante expresiones que impactan nocivamente a la sociedad, como las expresiones que incitan al odio ¿cuáles son los alcances y la responsabilidad de las empresas y los gobiernos?

Las anteriores no son preguntas sencillas y deben ser debatidas bajo una lógica multi-actor e internacional para considerar la diversidad de comunidades partícipes en las redes y la garantía de sus derechos. 

También hay que tener en cuenta que la exclusión no es la respuesta, pues el aislamiento de grupos genera que crezca aún más el aislamiento social de grupos radicales que optan por interactuar en sus propias burbujas y espacios digitales eliminando la posibilidad de que existan espacios diversos para el diálogo, educación, entendimiento y generación de acuerdos.

Consolidación y adaptaciones de tácticas de grupos antiderechos

Pese a la adversidad, los movimientos sociales no entraron en cuarentena. Activistas y campaigners de distintas causas tuvieron que adaptarse a la nueva realidad que nos trajo la pandemia de COVID19.

Sin embargo, los movimientos regresivos, ultraconservadores y antiderechos también hicieron lo propio para seguir impulsando sus agendas políticas y sociales a través de campañas de incidencia, comunicación y cultivo de bases de apoyo. Y algunas preguntas que surgen son: ¿por qué les decimos “antiderechos”? ¿cómo hacen campaña estos grupos y por qué debería importarnos? ¿cuáles de sus tácticas son efectivas para convencer a personas ideológicamente no-polarizadas? ¿cómo atacan a otros grupos y comunidades progresistas? 

Es hora de analizar los discursos de odio no sólo para tener conciencia del impacto que generan en los derechos y las vidas de las personas, sino estratégicamente para mejorar nuestras acciones a favor de los derechos humanos de todas las personas y romper las cámaras de eco. Aquí proponemos un punto de partida para este análisis.

Datos biométricos fuera de control

Los cambios que trajo consigo la pandemia se tomaron como excusa para ejercer una mayor vigilancia y perfilar a la población. Y cada año surgen más iniciativas gubernamentales y ofertas comerciales basadas en tecnología que buscan recabar datos biométricos de la ciudadanía. En años pasados hicimos mención a las investigaciones “Mal de ojo” de Derechos Digitales, “Tu yo digital” de ADC y al cierre del 2020 R3D alertó sobre las amenazas del reconocimiento facial en México con la campaña #NoNosVeanLaCara que documenta el caso del estado de Coahuila.

La recolección voraz de datos biométricos por parte de entidades públicas y privadas escala los riesgos de suplantación de identidad, de persecución social y control socio-político en niveles que jamás se han presentado. El hecho que grandes cantidades de datos de rasgos descriptivos de las personas, tales como su iris, cara y huellas dactilares sean recolectadas sin salvaguardas y muchas veces sin la capacidad para su resguardo seguro, deja a la ciudadanía indefensa ante el abuso desde quienes recolectan estos datos así como desde grupos criminales que llegaran a conseguir (mediante intervención o compra ilegal) datos biométricos. 

Para evitar su uso arbitrario, es esencial tener mecanismos de transparencia y rendición de cuentas respecto al uso de estas tecnologías, como también clarificar estos conceptos y alertar sobre los riesgos en nuestra vida cotidiana.